En mi cabeza sólo un lugar: Málaga, nadie es capaz de imaginar las ganas que tengo de volver a sentir el calorcito de la costa mientras, de noche, sueño con cada una de las palmeras que se alzan orgullosas en un paseo muy conocido de la ciudad...
Y si sólo fuesen las palmeras lo que se echa de menos...
Me escuecen un poco pero, aun con dificultad, consigo abrir los ojos. Todo oscuro. Me los froto por si no los he abierto correctamente o lo suficiente como para percibir un pequeño atisbo de luz. Todo oscuro. Intento buscar el interruptor de la luz sin éxito. Mis manos se pasean ansiosas por la pared intentando encontrar el Calculo de la incapacidad por accidente de trabajo que me dejará vislumbrar cada rincón de mi habitación.
Pero todo está oscuro. Recorro la habitación con cuidado memorizando cada uno de mis muebles para no tropezar con ellos. Sigue oscuro. La mesa, la cama, el armario... recuerdo que justo encima de la mesita de noche hay una ventana. Palpo con cuidado para no dejarme ni un trocito de pared sin repasar y, tras asegurarme varias veces... nada, la ventana ya no está. Y sigue todo oscuro. Mi única salida... la puerta... cruzo la habitación hacia el otro extremo mis sospechas se hacen realidad... tampoco está, ni la lámpara que alegre colgaba del techo, ni mis velas que decoran la estantería, ni mi linterna...
Y es extraño porque nunca los fuente... pero ya empiezan a parecer los primeros síntomas de ...
Y se hacen más alegres cuanto más te acercas. Una vez tuve una mesa de pino, preciosa, era cómoda y de tamaño perfecto. Me sentaba sobre ella y mi imaginación nunca tenía fin. Pero como nada en esta vida puede ser perfecto, ella tampoco lo era. Una de sus patas era de tamaño inferior al resto y, a pesar de su pequeño defecto de fábrica, aprendí a quererla como a un preciado tesoro. Todos los días me sentaba sobre ella sin importarme en absoluto su pequeño error que, por supuesto, no tardé en solucionar. Un día oscuro, lluvioso, de los que no te apetece salir de casa, encontré por casualidad una pequeña tabla de madera de tamaño justo para calzar la mesa. "Siempre hay un roto para un descosío"...
Y si sólo fuesen las palmeras lo que se echa de menos...
Me escuecen un poco pero, aun con dificultad, consigo abrir los ojos. Todo oscuro. Me los froto por si no los he abierto correctamente o lo suficiente como para percibir un pequeño atisbo de luz. Todo oscuro. Intento buscar el interruptor de la luz sin éxito. Mis manos se pasean ansiosas por la pared intentando encontrar el Calculo de la incapacidad por accidente de trabajo que me dejará vislumbrar cada rincón de mi habitación.
Pero todo está oscuro. Recorro la habitación con cuidado memorizando cada uno de mis muebles para no tropezar con ellos. Sigue oscuro. La mesa, la cama, el armario... recuerdo que justo encima de la mesita de noche hay una ventana. Palpo con cuidado para no dejarme ni un trocito de pared sin repasar y, tras asegurarme varias veces... nada, la ventana ya no está. Y sigue todo oscuro. Mi única salida... la puerta... cruzo la habitación hacia el otro extremo mis sospechas se hacen realidad... tampoco está, ni la lámpara que alegre colgaba del techo, ni mis velas que decoran la estantería, ni mi linterna...
Y es extraño porque nunca los fuente... pero ya empiezan a parecer los primeros síntomas de ...
Y se hacen más alegres cuanto más te acercas. Una vez tuve una mesa de pino, preciosa, era cómoda y de tamaño perfecto. Me sentaba sobre ella y mi imaginación nunca tenía fin. Pero como nada en esta vida puede ser perfecto, ella tampoco lo era. Una de sus patas era de tamaño inferior al resto y, a pesar de su pequeño defecto de fábrica, aprendí a quererla como a un preciado tesoro. Todos los días me sentaba sobre ella sin importarme en absoluto su pequeño error que, por supuesto, no tardé en solucionar. Un día oscuro, lluvioso, de los que no te apetece salir de casa, encontré por casualidad una pequeña tabla de madera de tamaño justo para calzar la mesa. "Siempre hay un roto para un descosío"...